noviembre 25, 2003

Días en Montreal

Este bar debería llamarse más bien Trescientos sesenta grados, le dijo Peter cuando recorrían el corredor circular del 737, en el piso cuarenta de un moderno edificio en el corazón de Montreal.

Esa noche, en un lugar donde un vaso de Habana Club con bastante hielo no sabe igual pero alegra el paladar, mientras la vista se pierde entre el espectacular desfilar de modos y modas juveniles que danzan entre el humo y los olores mezclados de los escondites nocturnos del invierno, se dio cuenta por primera vez que el lenguaje no era la única barrera para comunicarse con los otros que sentía tan lejanos.

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Su mirada era más profunda que nunca. Mas bien, su mirada era profunda por primera vez, tal vez no porque antes no lo fuera sino porque era la primera vez que el la advertía. Pero quizás la profundidad viene de la tremenda oscuridad que no había descubierto antes. Ni siquiera cuando la tuvo en sus brazos casi desnuda en medio de los calores de la tardía adolescencia.

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En el cuadro de Dalí que miraba con cautela encontró más rostros que mariposas. Al otro día, al despertar y antes de despedirse y dar las gracias por el hospedaje, volvió a ver el cuadro y esta vez encontró mas mariposas que rostros.