septiembre 10, 2011
mayo 12, 2009
Botero en Xalapa. ¿Eso es Colombia?

"¿Eso es Colombia?", le preguntó un niño de unos siete años a su papá frente a un cuadro de Botero. El señor se quedó callado por unos segundos, terminó de ver el cuadro, tomó del brazo a su hijo y siguieron por el corredor hacia la salida. Yo me quedé con la mente en blanco y con dolor en el alma, no sé por cuantos minutos. Fue el día de la inauguración y había demasiada gente en la sala, la recorrí rápidamente y salí a caminar con la certeza de que volvería otro día, sin empujones ni afanes, con suficiente aire y firmeza para decantar el dolor humano que expresa Botero en esta exposición.
Caminando por el Parque Juárez, pocos minutos después, escuché otro comentario, pero este logró hacerme reír y alivianar el dolor. "Debe ser que en Colombia la gente es así gordita…" le decía una señora a otra.
México no ha sido indiferente para el arte colombiano, trillado hablar de Gabo, tan mexicano como colombiano, quien terminó su clásico Cien Años de Soledad en estas tierras. Pero menos conocida es la historia de cuando Botero jugando con su una mandolina de cuerdas invisibles empezaba, también en México, por allá en el 57, su estilo voluminoso que hoy lo tiene en lugar privilegiado dentro de las artes plásticas.
Ese día, en el acto inaugural, junto al gobernador de Veracruz estaban, entre otros, el embajador de Colombia en México, Luís Camilo Osorio, y el alto consejero presidencial, José Obdulio Gaviria. Osorio ha sido investigado por su conducta permisiva y negligente con masacres, ejecuciones extrajudiciales e inhumaciones clandestinas de cientos de personas cuando era Fiscal General de la Nación. Este es un caso más en Colombia de altos funcionarios y personalidades políticas dentro del escándalo conocido como la narcoparapolítica. Por su parte, Gaviria es considerado el ideólogo de cabecera del extendido y cuestionado gobierno de Álvaro Uribe Vélez. Los doscientos xalapeños que acudieron ese día a la apertura de la esperada exposición de Botero, sin duda no tenían ni idea de quien tenían al frente.
Con la frase del niño que me rondaba en la cabeza, volví días después a la Pinacoteca Diego Rivera. Con calma recorrí las más de cincuenta obras de esta exposición llamada “El Dolor de Colombia”. Las pinturas son relativamente recientes, la más antigua tiene fecha de 1999 y la más reciente del 2005. La muerte y la calavera, símbolos comunes para los mexicanos, son protagonistas. La exposición, que ya ha estado en diversas ciudades de Colombia y el mundo, consta de obras que fueron donadas por Botero al Museo Nacional de Colombia, que las puso a recorrer el mundo. Sin duda, muchos niños de muchos rincones del planeta se han preguntado si eso es Colombia; y muchos adultos no tendrán más que callar y respirar profundo.
Yo digo que sí, que eso es Colombia. Eso, pero también mucho más. La tierra en que nací es un hermoso y privilegiado paisaje lleno de riquezas naturales y gente alegre y creativa. No hay duda. Pero también es un panorama bañado de sangre, de muerte, de horror. Cuna de exclusión, intolerancia y represión. Abrigo de mafias y oscuras alianzas que por un lado nos lanzan sin vergüenza al abismo de la desesperanza mientras por otro lado sin decoro quieren vendernos la ilusión, a los colombianos y al mundo, de que todo está bien, de que ya todo pasó. La exposición, según el propio Botero, no tiene mayor intención que mostrar “el drama que vive Colombia... el arte no tiene la capacidad de solucionar problemas políticos o sociales".
Aquí en Xalapa estuvo marcada por el tema del secuestro, la mayoría de los textos que complementan las pinturas, y el par de vídeos que hacen parte de la exposición; tienen como eje el drama que causa este flagelo que no nos cansamos de condenar. Es claro que ese es el aspecto que quieren recargar quienes montaron la exposición, sus razones tendrán; pero no sobra decir que difícilmente podemos ponderar las atrocidades de la guerra en todas sus expresiones, vengan de donde vengan. La tristeza de los niños y el dolor de las madres que muestra el pincel de Botero no es menor ante la tragedia del desplazamiento, las masacres, los asesinatos selectivos, los robos, el engaño, el miedo, el terror, la destrucción, la miseria, el desamparo, la impotencia. El dolor de la guerra no se puede ocultar, y Botero logra hacerlo aflorar desde adentro y nos remueve la sensibilidad a la que muchos colombianos ya le han sacado callo como parte de su supervivencia.
La profundidad y complejidad del conflicto colombiano no se puede resumir ni simplificar tan fácil, pero la tristeza de sus consecuencias sale a flote sin necesidad de entender sus causas. Miles de victimas nunca entendieron quien disparaba, desde donde disparaban; y millones de colombianos nacimos inmersos en un conflicto que heredamos y que nos cuesta entender.
Volví a pararme al frente del cuadro “El desfile”, el último, el de la pregunta del niño. Miré con detenimiento los ataúdes de ese entierro colectivo que ocupaba la calle de cualquier pueblo colombiano sin dejar más espacio que para los rostros tristes y el llanto de hombres y mujeres derrotados por la muerte. Con un nudo en la garganta y los ojos aguados, en medio de la nostalgia, mi alma lanzó un grito silencioso para que todo esto pase a la historia, para que cese la tragedia y este entierro sea un símbolo del pasado, el entierro mismo de la violencia, de lo que alguna vez fue Colombia en su momento más trágico.
(Nota: Escrito en un mensaje de correo electrónico a mis amigas y amigos xalapeños, para animarlos a que no se pierdan la exposición.)
marzo 04, 2007
Gabo mexicano
Comentario a la nota de Carlos Monsiváis en la Revista Semana.
mayo 26, 2006
Rocket Fuel Café, Toronto
Rocket Fuel Café es una cafetería con personalidad. Tiene carácter, y en ella se reflejan la experiencia que sólo dan los años. Aunque su estilo no es anticuado ni moderno, sabe defenderse bien de los caprichos de la tradición y los arrebatos de la moda.
Está metido en una zona de Toronto que ha cambiado paulatinamente, pues el urbanismo actual es muestra de los estragos de la marginalización social y la valorización que le da estar tan cerca del gran lago. Contrastes estos que se reflejan en la diversidad de sus visitantes.
Rocket Fuel Café es uno de esos lugares que uno quisiera tener en su barrio. En los que uno piensa un martes en la noche o en el atardecer de un sábado gris, cuando la cafeína y la conversa reclaman una corta caminada.
octubre 09, 2004
Crispetas y Coca-Cola
LA PREMIERE EN OTTAWA DE LA PELÍCULA SOBRE EL CHÉ
Los canadienses dejaron la sala vuelta mierda, como si lo que se hubiera terminado fuera una fiesta infantil. Y no exagero porqué me tocó ver todas las filas cuando caminaba hacia la salida del teatro, pues estaba tan lleno que terminé en la primera fila, y al ala derecha para colmo de males. A eso de las nueve y treinta, diez minutos tarde como cosa no habitual en el ByTowne Cinema, el primer teatro independiente en la ciudad, salió al frente un empleado del teatro, al ala izquierda, y alzó la voz. Algunos pensaron que iba a hacer una apasionada introducción a la película, felicitar a la gente por asistir a este importante testimonio histórico de la revolución; pero no, fue directo y al grano para pedir que se desocuparan de sacos y bolsos los poquitos y aislados asientos libres y lograr acomodar a los que siempre llegan a última hora. Hubo menos cortos que de costumbre y los ruidos de las bolsas plásticas de Chitos y caramelos se silenciaron más rápido que en la premiere de El Señor de los Anillos. Al final, hubo aplausos.
La película no es tan buena aunque es valiosa históricamente por tratarse del diario de Ernesto Guevara y no del diario de Jean Pierre Moreau, Josh Jackson o Peter Velásquez, quienes han contado sus increíbles historias recorriendo el continente de norte a sur, de polo a polo. Además tiene el valor agregado de ser protagonizada por el “papito” del momento del cine iberoamericano, Gael García (Amores perros, Y tu mamá también, El crimen del padre Amaro, La mala educación). El director brasilero, Walter Salles, también goza de buena reputación en el cine actual, sobre todo después de ser co-productor de Cidade de Deus. Algunas escenas tienen una fotografía admirable, digna del diverso relieve suramericano; y otras, sobre todo, traen emotivos momentos que tocan la sensibilidad social de los espectadores. Quienes de seguro este fin de semana en Ottawa comprarán artesanías Fair Trade y pedirán en Starbucks un café centroamericano que represente justicia y solidaridad con “el oprimido y pobre pueblo del sur”. Tal vez los funcionarios el lunes firmen un cheque de caridad a una Ong, y los estudiantes le hagan preguntas a su profesor sobre la relación entre García Márquez y Fidel Castro para luego pasar por Chapters y comprar Living to tell the tale. “Porqué esa pobre gente necesita mucha ayuda”.
Es cierto que la figura del Ché sigue siendo tan popular como enigmática y el filme regala al espectador elementos para seguir atando los cabos de su entrega incondicional a la lucha revolucionaria no sólo en America Latina sino también en el Congo; tal vez porqué, como lo expresa en la película, es la raza humana la que lo conmueve, son las injusticias contra los seres humanos las que lo impulsan a la lucha por el cambio. Las imágenes muestran el Ché observador, pensativo, introspectivo. Hacen mucho énfasis en el manejo de la verdad, en la frentera y directa honestidad de un joven de 24 años con corazón de niño y alma de viejo. Igualmente destaca el sentido de amistad entre los dos personajes, donde Alberto Granados juega un importante papel desde su inocua y folclórica desfachatez, y su franco y permanente dialogo con su amigo de aventuras. Dicen que a Granados le gustó la película, lo cual le da cierta vía libre para ir al teatro a esos viejos cheístas que se indignan de que el Ché se codee con películas de Hollywood. Pero, ¿Cómo no le va a gustar una película sobre él a un nostálgico viejo de 81 años?
De todas maneras los 750 canadienses que asistieron ayer a la tardía premiere de The Motorcycle Diaries en Ottawa, comieron crispetas con Coca-Cola, simbolizando una vez más la tremenda lejanía que existe entre la mirada norteamericana y la perpetua soledad de la realidad suramericana. Los vasos desechables destruidos, los arrugados paquetes plásticos y los restos de palomitas de maíz desaparecerán en pocas horas del suelo del teatro. Sobre el Ché y América del Sur se escribirán más artículos y libros, se harán más películas. El espectáculo continuará.
enero 22, 2003
La Coca y el Yagé
- El Remedio está escaso…
- ¿y porqué Taita?
- Eso ya está muy peligroso pa´andar…
Eran tierras del Yagé, pero también, en las últimas décadas, tierras de la coca y de lo que la producción ilegal de cocaína trae con ello: el dinero en abundancia. Y el billete trae nuevas leyes, inseguridad, nuevas formas de poder, armas, prostitución, negocios sucios, muertes, venganzas, ambiciones y decepciones.
Ir a raspar coca al bajo Putumayo, en medio de todos sus peligros, era una buena opción para los hijos y los nietos de los Taitas del alto Putumayo, pero también para los campesinos (con sus hijos y nietos) del Cauca y del Huila, los que no habían todavía optado por la lucha de supervivencia en la ciudad o por la lucha armada que no entienden en las filas de la guerrilla, los paramilitares o el ejercito.
Yo no sé si las etnias del Putumayo usan la hoja de coca para algo, pero que no “quede ni una hoja de coca en el Putumayo” para mi no significa ganancia alguna, y mucho menos si vemos el problema con la óptica de los “resultados de gestión” al corto plazo minimizándolo a número de hectáreas erradicadas. ¡Ojalá se solucionara así el problemita! Pero es qué el problema no es la hoja de coca sino el dinero que deja su negro negocio. Las “malditas” no son las hojas de coca si no los billetes de dólar en que se convierten (y no por arte de magia).
¿O es que vamos a creer ingenuamente que fumigando las otras 7100 hectáreas sembradas de coca en el Putumayo le estamos dando duro y a la cabeza al negocio del narcotráfico?
¿O es que vamos a creer ingenuamente que vamos a poner a competir los ingresos de los campesinos que dependen de la coca y la amapola con ingresos de cultivos de palmito, cacao, frutas y demás tubérculos y raíces?
¿O es que vamos a creer ingenuamente que mientras se fumigan miles de hectáreas en un lado no se siembran miles de hectáreas en otros lados, bien sea en otro departamento o en las selvas de Ecuador o Perú? (Y esto también lo han demostrado informes periodísticos y oficiales durante la larga y fallida estrategia de erradicación de cultivos ilícitos en las últimas décadas).
Pañitos de agua tibia, y a veces hasta de agua helada que ponen a sufrir más al paciente…