mayo 12, 2009

Botero en Xalapa. ¿Eso es Colombia?


"¿Eso es Colombia?", le preguntó un niño de unos siete años a su papá frente a un cuadro de Botero. El señor se quedó callado por unos segundos, terminó de ver el cuadro, tomó del brazo a su hijo y siguieron por el corredor hacia la salida. Yo me quedé con la mente en blanco y con dolor en el alma, no sé por cuantos minutos. Fue el día de la inauguración y había demasiada gente en la sala, la recorrí rápidamente y salí a caminar con la certeza de que volvería otro día, sin empujones ni afanes, con suficiente aire y firmeza para decantar el dolor humano que expresa Botero en esta exposición.

Caminando por el Parque Juárez, pocos minutos después, escuché otro comentario, pero este logró hacerme reír y alivianar el dolor. "Debe ser que en Colombia la gente es así gordita…" le decía una señora a otra.

México no ha sido indiferente para el arte colombiano, trillado hablar de Gabo, tan mexicano como colombiano, quien terminó su clásico Cien Años de Soledad en estas tierras. Pero menos conocida es la historia de cuando Botero jugando con su una mandolina de cuerdas invisibles empezaba, también en México, por allá en el 57, su estilo voluminoso que hoy lo tiene en lugar privilegiado dentro de las artes plásticas.

Ese día, en el acto inaugural, junto al gobernador de Veracruz estaban, entre otros, el embajador de Colombia en México, Luís Camilo Osorio, y el alto consejero presidencial, José Obdulio Gaviria. Osorio ha sido investigado por su conducta permisiva y negligente con masacres, ejecuciones extrajudiciales e inhumaciones clandestinas de cientos de personas cuando era Fiscal General de la Nación. Este es un caso más en Colombia de altos funcionarios y personalidades políticas dentro del escándalo conocido como la narcoparapolítica. Por su parte, Gaviria es considerado el ideólogo de cabecera del extendido y cuestionado gobierno de Álvaro Uribe Vélez. Los doscientos xalapeños que acudieron ese día a la apertura de la esperada exposición de Botero, sin duda no tenían ni idea de quien tenían al frente.

Con la frase del niño que me rondaba en la cabeza, volví días después a la Pinacoteca Diego Rivera. Con calma recorrí las más de cincuenta obras de esta exposición llamada “El Dolor de Colombia”. Las pinturas son relativamente recientes, la más antigua tiene fecha de 1999 y la más reciente del 2005. La muerte y la calavera, símbolos comunes para los mexicanos, son protagonistas. La exposición, que ya ha estado en diversas ciudades de Colombia y el mundo, consta de obras que fueron donadas por Botero al Museo Nacional de Colombia, que las puso a recorrer el mundo. Sin duda, muchos niños de muchos rincones del planeta se han preguntado si eso es Colombia; y muchos adultos no tendrán más que callar y respirar profundo.

Yo digo que sí, que eso es Colombia. Eso, pero también mucho más. La tierra en que nací es un hermoso y privilegiado paisaje lleno de riquezas naturales y gente alegre y creativa. No hay duda. Pero también es un panorama bañado de sangre, de muerte, de horror. Cuna de exclusión, intolerancia y represión. Abrigo de mafias y oscuras alianzas que por un lado nos lanzan sin vergüenza al abismo de la desesperanza mientras por otro lado sin decoro quieren vendernos la ilusión, a los colombianos y al mundo, de que todo está bien, de que ya todo pasó. La exposición, según el propio Botero, no tiene mayor intención que mostrar “el drama que vive Colombia... el arte no tiene la capacidad de solucionar problemas políticos o sociales".

Aquí en Xalapa estuvo marcada por el tema del secuestro, la mayoría de los textos que complementan las pinturas, y el par de vídeos que hacen parte de la exposición; tienen como eje el drama que causa este flagelo que no nos cansamos de condenar. Es claro que ese es el aspecto que quieren recargar quienes montaron la exposición, sus razones tendrán; pero no sobra decir que difícilmente podemos ponderar las atrocidades de la guerra en todas sus expresiones, vengan de donde vengan. La tristeza de los niños y el dolor de las madres que muestra el pincel de Botero no es menor ante la tragedia del desplazamiento, las masacres, los asesinatos selectivos, los robos, el engaño, el miedo, el terror, la destrucción, la miseria, el desamparo, la impotencia. El dolor de la guerra no se puede ocultar, y Botero logra hacerlo aflorar desde adentro y nos remueve la sensibilidad a la que muchos colombianos ya le han sacado callo como parte de su supervivencia.

La profundidad y complejidad del conflicto colombiano no se puede resumir ni simplificar tan fácil, pero la tristeza de sus consecuencias sale a flote sin necesidad de entender sus causas. Miles de victimas nunca entendieron quien disparaba, desde donde disparaban; y millones de colombianos nacimos inmersos en un conflicto que heredamos y que nos cuesta entender.

Volví a pararme al frente del cuadro “El desfile”, el último, el de la pregunta del niño. Miré con detenimiento los ataúdes de ese entierro colectivo que ocupaba la calle de cualquier pueblo colombiano sin dejar más espacio que para los rostros tristes y el llanto de hombres y mujeres derrotados por la muerte. Con un nudo en la garganta y los ojos aguados, en medio de la nostalgia, mi alma lanzó un grito silencioso para que todo esto pase a la historia, para que cese la tragedia y este entierro sea un símbolo del pasado, el entierro mismo de la violencia, de lo que alguna vez fue Colombia en su momento más trágico.

(Nota: Escrito en un mensaje de correo electrónico a mis amigas y amigos xalapeños, para animarlos a que no se pierdan la exposición.)

2 comentarios:

Andrés Eduardo Chicué Romanoff dijo...

wow...
gran artículo...pasaré por aquí más de seguido, te felicito... Colombia es lo que pinta Botero y como vos lo decís también "es mucho más que eso", es un país que para conocerlo, hay que vivirlo y saborearlo!

El Marqués de Carabás dijo...

Pasa, y no solamente en su momentos más trágicos. Siempre. Una lástima.

Y sí, también, algunos somos más gorditos de lo normal. También nos hace únicos, como Botero.