junio 15, 2006

En la mitad del año

A Mario Hernán le ha dado por promocionar mi bitácora en construcción, de la que hasta yo mismo me había olvidado. Y como conozco sus buenos oficios de incitador de conversas y animador de recorridos por el sendero de la palabra, pues me tocó venir a prender otra vez la luz del faro. Y dar explicaciones no pedidas de cosas inexplicables.

El intento por medio organizar algunos de los textos que no se aguantan la soledad del silencio, ya me había picado varias veces. Pero que camello tan berraco que era mantener una página web, sobre todo porque cada ocho días le cambiaban a uno las condiciones tecnológicas. Y aunque todavía soy hincha del principio KISS ("Keep it simple, stupid"), no podía estar toda la vida tratando de aprender los códigos html cuando el bombardeo de formatos para web crecía a ritmos acelerados. Y apareció, por fin, una plantilla de página web para dummis, y le llamaron weblog. Ese mediador entre el usuario promedio y la vasta red que le salvó la vida a los webmaster. Y me picó el bicho. Y se alumbró el faro.

Nada especial, luces opacas que tratan de desempapelar archivos olvidados en algún lado. Y una auto-invitación a seguir conversando, a seguir caminando, y a contar cosas que pasan en el camino; esas cosas que dan piquiña si se quedan adentro.

No es más. Ni menos.