Ararat es un monte volcánico entre Turquía y Armenia. Da nombre a una película canadiense que mezcla una cantidad de elementos provocadores.
A uno a veces le dicen que el mundo olvidó el genocidio de los gitanos. Aquí está Atom Egoyan para recordarnos el genocidio de los armenios.
La flexibilidad del creativo guión sirvió de marco para poder incrustar tantos temas en el film: las relaciones familiares modernas, el arte desde el exilio, el cine como memoria, lo académico forcejando con la debilidad de la historia y la incertidumbre de la verdad, el arte y el artista teorizados, las heridas emocionales heredadas de los desplazados por la guerra.
A mí particularmente también me llamaron la atención otros elementos que se me antojan muy canadienses: el arte extranjero, la marihuana, los temibles agentes de inmigración y de aduanas, los refugiados de cualquier violento conflicto de cualquier rincón del mundo.
A otros, tal vez de famas trasnochadas y melancólicas, les resultará emocionante encontrarse con la actuación del cantante francés Charles Aznavour; y no faltarán en la sala dos comentarios intergeneracionales: "uy, ¡como esta de viejo!" y "¿quién es ese viejito?"
Ararat fue una de las mejores películas que vi el año pasado.