Me duele decirlo pero me sacudo por dentro el dolor: al parecer los mexicanos (y a quienes nos duele México) se merecen más a Pedro Ferríz que a Carmen Aristegui.
No ideolizo a Carmen, la admiro y también la critico. No siempre estoy de acuerdo con sus opiniones ni con su manera de abordar algunos temas y de hacer algunas preguntas. Sin embargo, cuando escucho radio mexicana en la mañana no encuentro mejor opción. Aristegui toca temas que no se tocan mucho en los medios masivos de México. Hace preguntas que no hacen otros periodistas con el privilegio de tener un espacio con audiencia masiva. Eso no sólo enriquese el periodismo y la vida socio-política mexicana, es necesario en un país que se dice a sí mismo andar en búsqueda de la lejana democracia.
Si las adicciones de alguien que toma decisiones de alto nivel son asunto de interés público o deben quedarse en la vida privada, es un tema debatible, controversial. Y es precisamente por eso que la actitud de Carmen Aristegui frente a ese tema debió haber dado para eso, para el debate, para la controversia. Pero no para el despido con suspicacia. No para la censura. Si la periodista de verdad trasgredió el código de ética de la empresa editorial para la que trabajaba, tenía MVS todo el derecho de sacarla de su nómina. Si la periodista, consciente de su falta, se negó a disculparse, yo mismo condeno su soberbia. Sin embargo, el comunidado de Aristegui nos pone en un terreno más movedizo, más profundo y más trascendental para las estructuras sociales, políticas y económicas de una nación. El verdadero debate está allí, en la relación de los dueños de los medios de comunicación con el poder, en la dependencia económica de la prensa libre, en el control estatal de las telecomunicaciones, en la democratización de las tecnologías de la información y la comunicación, en los vacíos jurídicos en la regulación técnica de los espectros eletromagnéticos y la banda ancha, en la separación de poderes y la falta de organismos de control con autonomía e independencia. A todo eso es lo que nos debe llevar a reflexionar el resultado de aquella pregunta incomoda de Carmen Aristegui, más allá de cuanto whisky toma Felipe Calderón.
¿Será que de verdad nos merecemos más en las mañanas a Pedro Ferriz que a Carmen Aristegui?
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