El domingo, mientras sonaba la puerta de la nevera y yo abría los ojos, pensaba que mi hermanita se había levantado temprano a desayunar. Al rato, cuando el guayabo me dejó parar de la cama y saludar a mi mamá, caí en cuenta que mi hermana debía estar desayunando en un avión rumbo a su luna de miel.
El cura no pronunció las palabras esas de que "sí alguien tiene algo… que hable ya o calle para siempre", parece que son sólo para las películas. De todos modos nadie podría contener tan solemne y emocionante acto, que sin importar los regaños del cura logró generar en mi rostro prolongadas sonrisas como reflejo de la felicidad de Ana Milena.
El arroz a la salida de la iglesia es ya sustituido por las burbujas de jabón, me imagino que gracias a la globalización y muy a pesar de las palomas colombianas.
Con la querida familia de Jorge Alberto brindamos y celebramos por los novios y por la esperanza de mis futuros sobrinos y sobrinas. Comimos, bebimos, bailamos y gozamos. La torta estaba deliciosa, tenía la sazón de madre y el recuerdo de cumpleaños de antaño.
Y menos mal no escribí nada para el brindis, porqué de alguna manera sospechaba que me tocaría alternar con las experimentadas plumas de Jan Arb o Jotamario. Además, mis palabras tan sólo hubieran alcanzado para una columna en El Clavo (y eso tras luchar con el Consejo Editorial).
Ahora esperemos que cambiemos de estatus: que los padres pasen a ser abuelos y los hermanos pasemos a ser tíos.
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