enero 30, 2003

Al Pacino, Nueva York y los niños

Nueva York es una ciudad impresionante. Cuando uno se baja del metro subterráneo en cualquier estación de Manhattan y sube las gradas para salir a la ciudad, la mirada se pierde entre los rascacielos y luego entre las multitudes de todos los colores, de todos los olores, de todos los idiomas. Es una ciudad que anda a unos ritmos que uno nunca vuelve a sentir. Nunca para, nunca se tranquiliza. Es la eternidad del desespero que no desespera, que pasó el límite y se quedó placidamente desesperada. Sólo se podría paralizar en una película de Al Pacino, donde el hijo del diablo camina sobre Broadway en busca de su desafío final.

Ver a Manhattan desolado y dormido, donde sólo se siente el viento, es posible únicamente con la magia del cine. Es escenificar la soledad al cuadrado.

En City Hall, Al Pacino es el alcalde de Nueva York. Y el discurso de turno lo da frente al ataúd de un niño de 6 años que cae tras una bala perdida de dos traquetos neuyorquinos que se matan entre sí. Uno se pregunta cuántos niños de 6 años no han caído entre las balas de los traquetos colombianos, de los paramilitares colombianos, de los guerrilleros colombianos, de los soldados colombianos. Y uno dice, a cuántos entierros de niños colombianos no han asistido los alcaldes, gobernadores y presidentes de nuestro país.

Pero Al Pacino, en medio de la silenciosa tristeza de la iglesia, se despeluca en otro de sus intensos discursos, reclamando una ciudad por lo menos vivible, "¿será mucho pedir?" dice. "¿Estoy pidiendo demasiado?".

"Esta es una ciudad terrible para ser un niño" le dice luego a su joven y soñador asistente, quien apenas está empezando a saborear las lágrimas y la sangre de la política.

Y uno se sigue preguntando, ¿no es mi tierra un lugar terrible para ser niño? ¿No es terrible nacer entre las balas y entre los caminos sin rumbo de pueblo en pueblo? O acaso no será también terrible crecer en un patio público de una ciudad desconocida en medio de las muñecas y los carritos regalados en navidad por ONGs de beneficencia. O jugar dentro de casas de cartón (pero no de juguete) frente a un televisor que muestra las Barbies y los Kens. ¿Acaso no es terrible la pobreza y el hambre de los niños de 6 años de Africa y Latinoamerica? A esos también los están matando las balas perdidas.

Pero uno sigue divirtiéndose viendo cine. Y Al Pacino siempre tendrá un mejor discurso que regalarnos. Y Nueva York siempre estará llena de gente y de soledades. Y los policías seguirán buscando a los traquetos mientras los abogados seguirán buscando al diablo.

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